Ver biografía de Señor Loop
Para entender de que hablamos cuando hablamos de Señor Loop es necesario primero entregarnos al vaiven, al espasmo cardíaco del mar, al ciclo musical de las mareas que con ese ir y venir tan urgente, termina por absorberlo todo. Es una energía natural y extraordinaria que los Loops aprendieron a moldear con calma y sin miedo. Como quién amasa pan, como si fuera arcilla en sus manos, los Loops logran parir gemas acuáticas que son canciones y también son otra cosa: olas invisibles que te van a arrastrar con la fuerza lenta e implacable de un maremoto aural.
Lo mejor que se puede decir de todo músico se puede decir de los Loops: tienen un sonido indiscutiblemente suyo. Lo saben los que escucharon Madretambor y no pudieron dejar de bailar con ese ritmo lento y bamboleante que se reconoce hasta en un rock furioso. Es épico y casi de otro tiempo: en la era de la velocidad, los Loops cocinan a fuego lento. Encontraron una línea y no hay discográfica ni “Star System” que los mueva de ese camino que recorren, a veces, de forma suicida.
Luego de la explosión comercial y mediática que fue Madretambor en el 2004, todos esperaban enseguidita el nuevo disco, el sucesor, el que saciaría el hambre de tanto fanático nuevo. Hubiese sido dinero fácil. Sin embargo, han pasado cuatro años sin que se supiera nada de ellos, fuera de algunos conciertos en Panamá y en Costa Rica o de las explosivas apariciones de Jonathan Harker, el responsable visual de la mística Loop, en la Bienal de Venecia o de San Pablo.
La espera valió la pena. MCMLXXXII (1982, en números romanos) es un disco que se abre de a poco y que no se agota en un par de días. Cómo si cada play lograra quitarle una piel ya seca para ofrecernos cada vez un disco nuevo. El crecimiento en la narrativa Loop también es sorprendente. Si Madretambor miraba el mundo desde la barra de un bar en la playa, MCMLXXXII lo hace desde la cima pelada de un monte atacado por vientos huracanados. Se ve mejor desde allí.
En fin, que Señor Loop evitó girar hacia lo obvio, eludió con elegancia tanto elogio repentino y se mantuvo en su búsqueda, persiguiendo ciegamente los tesoros que las mareas dejan tras su paso. Esta gente no trabaja para el mundo del entretenimiento, trabaja para la historia. Y lo autofinancian. Sólo así puede lograrse lo que acaban de lograr: MCMLXXXII, un disco del que puede decirse, sin mentir, sin exagerar, sin querer venderles nada, que es una obra arte. Es vital que lo escuches porque esta gente esta poniéndolo todo en estas canciones. Al menos fue vital para mi.
Guido Bilbao, 2008
Lo mejor que se puede decir de todo músico se puede decir de los Loops: tienen un sonido indiscutiblemente suyo. Lo saben los que escucharon Madretambor y no pudieron dejar de bailar con ese ritmo lento y bamboleante que se reconoce hasta en un rock furioso. Es épico y casi de otro tiempo: en la era de la velocidad, los Loops cocinan a fuego lento. Encontraron una línea y no hay discográfica ni “Star System” que los mueva de ese camino que recorren, a veces, de forma suicida.
Luego de la explosión comercial y mediática que fue Madretambor en el 2004, todos esperaban enseguidita el nuevo disco, el sucesor, el que saciaría el hambre de tanto fanático nuevo. Hubiese sido dinero fácil. Sin embargo, han pasado cuatro años sin que se supiera nada de ellos, fuera de algunos conciertos en Panamá y en Costa Rica o de las explosivas apariciones de Jonathan Harker, el responsable visual de la mística Loop, en la Bienal de Venecia o de San Pablo.
La espera valió la pena. MCMLXXXII (1982, en números romanos) es un disco que se abre de a poco y que no se agota en un par de días. Cómo si cada play lograra quitarle una piel ya seca para ofrecernos cada vez un disco nuevo. El crecimiento en la narrativa Loop también es sorprendente. Si Madretambor miraba el mundo desde la barra de un bar en la playa, MCMLXXXII lo hace desde la cima pelada de un monte atacado por vientos huracanados. Se ve mejor desde allí.
En fin, que Señor Loop evitó girar hacia lo obvio, eludió con elegancia tanto elogio repentino y se mantuvo en su búsqueda, persiguiendo ciegamente los tesoros que las mareas dejan tras su paso. Esta gente no trabaja para el mundo del entretenimiento, trabaja para la historia. Y lo autofinancian. Sólo así puede lograrse lo que acaban de lograr: MCMLXXXII, un disco del que puede decirse, sin mentir, sin exagerar, sin querer venderles nada, que es una obra arte. Es vital que lo escuches porque esta gente esta poniéndolo todo en estas canciones. Al menos fue vital para mi.
Guido Bilbao, 2008